Romanos Capítulo 1. del 1 al 7, Pablo escribe lo siguiente: ” Pablo, siervo de Jesucristo, llamado a ser apóstol, apartado para el evangelio de Dios, que él había prometido antes por sus profetas en las santas Escrituras, acerca de su Hijo, nuestro Señor Jesucristo, que era del linaje de David según la carne, que fue declarado Hijo de Dios con poder, según el Espíritu de santidad, por la resurrección de entre los muertos, y por quien recibimos la gracia y el apostolado, para la obediencia a la fe en todas las naciones por amor de su nombre; entre las cuales estáis también vosotros, llamados a ser de Jesucristo; a todos los que estáis en Roma, amados de Dios, llamados a ser santos: Gracia y paz a vosotros, de Dios nuestro Padre y del Señor Jesucristo.
Este pasaje destaca la autoridad apostólica de Pablo, la continuidad del evangelio con las promesas del Antiguo Testamento, y la centralidad de Jesucristo en el plan de salvación. Además, subraya la misión universal de llevar el evangelio a todas las naciones y el llamado a la santidad de los creyentes
El enfoque de la instrucción de Pablo en la epístola a los Romanos se centra en una frase al final del versículo 1: el Evangelio de Dios. Este es, en realidad, el tema central de toda la epístola: las Buenas Nuevas de Dios.
En un mundo donde las noticias parecen ser cada vez más negativas, un vistazo rápido a cualquier periódico o revista semanal nos recuerda que las malas noticias predominan y continúan empeorando. Lo que vemos a gran escala es simplemente una multiplicación de lo que ocurre a nivel individual: malas noticias. Este fenómeno se ha convertido en un coloquialismo de nuestra época: “malas noticias”. Los hombres y las mujeres están bajo un poder aterrador, un poder que reside en lo más profundo de su ser y que los empuja hacia la autodestrucción. Sin embargo, el Evangelio de Dios ofrece una esperanza radicalmente diferente. Es un mensaje de salvación, redención y transformación, que contrasta poderosamente con la desesperanza y la negatividad que nos rodea. Este evangelio no solo promete vida eterna, sino también una renovación completa del ser humano, liberándolo del poder destructivo del pecado y guiándolo hacia una vida de paz y santidad en Cristo.
Ese poder es el pecado, y el pecado es lo que trae las malas noticias. En resumen, identifico cuatro áreas principales en las que el pecado genera malas noticias para la humanidad. Estas áreas son, en cierta medida, secuenciales. No pretendo que esta lista sea exhaustiva ni que cubra todas las áreas de la vida, sino que sirva para motivar la reflexión.
La primera mala noticia que el pecado trae a un individuo es el egoísmo. Es una triste realidad de la existencia humana que cada uno de nosotros está inclinado a satisfacer sus propios deseos particulares, sin importar el costo. Este egoísmo innato nos lleva a poner nuestras necesidades y deseos por encima de los demás, causando conflictos y sufrimiento tanto a nivel personal como comunitario.
El elemento básico de la pecaminosidad es el dominio del yo, del ego. Este problema comenzó con la caída de Satanás, quien dijo cinco veces: “Yo haré, haré, haré, haré, haré”. El hombre ha heredado esta apetencia con la entrada del pecado en el mundo. Es absolutamente egoísta y está centrado en sí mismo. Desea hacer lo que quiere, y si se le permite, lo hará. Lo que una sociedad permita, él lo llevará a cabo; irá hasta donde la tolerancia de la sociedad lo permita. El hombre consumirá todo lo que sus ojos deseen, en su propia concupiscencia; consumirá cosas, consumirá a las personas y se consumirá a sí mismo.
Cuando un amigo, un cónyuge, un amante o un miembro de la familia deja de proveer lo que un individuo desea, es descartado como un par de zapatos viejos que ya no sirven para nada. Este egoísmo desenfrenado lleva a la destrucción de relaciones y a la deshumanización de los demás, convirtiéndolos en meros objetos de consumo. La raíz de este comportamiento es el pecado, que distorsiona la naturaleza humana y la aleja del propósito divino de amor y servicio mutuo.
Un mundo de derechos y un corazón egoísta: Una mirada profunda al texto.
Vivimos en una época donde la búsqueda de derechos individuales se ha convertido en una prioridad para muchos. Esta demanda constante no es más que una manifestación del egoísmo profundo que reside en el corazón humano. La meta última parece ser la satisfacción personal, una búsqueda que, aunque legítima en apariencia, puede llevar a la autodestrucción.
En cualquier ámbito de la vida, ya sea en los negocios, en el matrimonio o en relaciones amorosas, el deseo egoísta de obtener ganancia, fama, dominio, popularidad, dinero y satisfacción física puede pervertir nuestras acciones y decisiones. Este enfoque centrado en uno mismo no solo afecta nuestras relaciones personales, sino que también contribuye a un estado general de auto-consumismo.
El pecado, en su esencia, empuja a la humanidad hacia este estado de egoísmo. Nos lleva a consumir todo a nuestro alrededor en un intento de satisfacer nuestros deseos, sin considerar las consecuencias para los demás. Este ciclo de auto-consumismo no solo destruye nuestras relaciones y comunidades, sino que también nos deja vacíos y desilusionados, alejándonos del verdadero propósito de nuestras vidas: vivir en amor y servicio mutuo.
Esto nos invita a reflexionar sobre una realidad actual: la constante búsqueda de derechos y la satisfacción personal como motor de nuestras acciones. Sin embargo, esta búsqueda desenfrenada, a menudo impulsada por un egoísmo desmedido, puede conducir a consecuencias nefastas.
Más allá de los derechos: la raíz del egoísmo:
El texto va más allá de una simple crítica a la reivindicación de derechos. Señala que esta demanda esconde una motivación profunda: el egoísmo autodestructivo. La obsesión por los derechos individuales, muchas veces, surge de un deseo desmedido de satisfacción personal, sin considerar las consecuencias para los demás o para la sociedad en general.
La satisfacción personal como meta final:
La satisfacción personal como la meta final que guía las acciones de muchos individuos. Esta búsqueda desenfrenada de placer y bienestar propio puede llevar a pervertir las relaciones humanas y las instituciones sociales
Egoísmo en todas las esferas:
El autor destaca que el egoísmo no se limita a un ámbito específico, sino que permea todas las esferas de la vida: desde el mundo de los negocios, donde la competencia desmedida busca el lucro personal a costa de todo, hasta el matrimonio y las relaciones amorosas, donde el amor propio puede corromper los lazos afectivos.
El pecado como catalizador del auto-consumismo:
La noción del pecado como una fuerza que empuja a la humanidad hacia un estado de auto-consumismo. Esta visión sugiere que la búsqueda egoísta de satisfacción personal no solo daña a los demás, sino que también nos aleja de nuestro verdadero propósito y nos conduce a la destrucción.
Alguien dijo una vez que deberíamos usar las cosas y amar a las personas, pero en lugar de eso, amamos las cosas y usamos a las personas. Esta inversión de valores lleva a una profunda incapacidad para sostener relaciones significativas. El hombre, atrapado en su egoísmo, se vuelve incapaz de amar verdaderamente y de dar desinteresadamente. En lugar de encontrar alegría en la abnegación y el servicio a los demás, busca satisfacción en la acumulación de bienes materiales y en el uso de las personas para sus propios fines. Esta búsqueda egoísta no solo destruye las relaciones, sino que también priva al individuo de la fuente más obvia de gozo verdadero: el amor y la entrega desinteresada. El verdadero gozo y la realización personal no se encuentran en la posesión de cosas, sino en la capacidad de amar y servir a los demás. Al invertir nuestros valores y priorizar el amor y el servicio sobre la acumulación y el uso, podemos encontrar una satisfacción más profunda y duradera.
El hombre, dominado por una avaricia egoísta, se aísla progresivamente de todo y de todos. Este aislamiento no solo lo aleja de las relaciones significativas, sino que también lo sumerge en una espiral de desesperanza y soledad absoluta. En su búsqueda insaciable de satisfacción a través de la acumulación de bienes y placeres, descubre una verdad amarga: la ley de la devolución decreciente. Cuanto más posee, menos satisfacción encuentra. Este ciclo vicioso de consumo y desilusión revela una profunda verdad sobre la naturaleza humana: la verdadera satisfacción no se encuentra en la acumulación de cosas materiales, sino en la conexión genuina con los demás y en la entrega desinteresada. Al buscar llenar el vacío interior con cosas efímeras, el hombre se priva de la alegría duradera que proviene del amor, la comunidad y el propósito trascendental. Para romper este ciclo, es necesario un cambio de enfoque: de la avaricia a la generosidad, del egoísmo al altruismo, y de la soledad a la comunidad. Solo entonces podrá el hombre encontrar una satisfacción verdadera y duradera, que no disminuye con el tiempo, sino que se enriquece con cada acto de amor y servicio.
El pecado, en su esencia, ha traído consigo una serie de malas noticias, comenzando con el egoísmo. Este egoísmo es una trampa que nos lleva a la desesperanza, ya que nos aísla y nos priva de relaciones significativas y de la verdadera alegría. Sin embargo, el impacto del pecado no se detiene ahí. El egoísmo que el pecado genera nos conduce a una segunda área de malas noticias: la culpabilidad. El auto-consumismo, el uso y abuso de las personas para alcanzar nuestros propios fines, inevitablemente nos lleva a sentirnos culpables. Esta culpabilidad no es accidental; es parte del diseño divino. Dios ha implantado en el hombre una conciencia que lo alerta cuando peca, para que pueda reconocer su necesidad de arrepentimiento y redención. Sin esta sensación de culpabilidad, el hombre estaría en peligro de continuar en su camino destructivo sin freno, alejándose cada vez más de Dios y de la posibilidad de salvación. La culpabilidad, entonces, aunque dolorosa, es un mecanismo que puede llevarnos de vuelta a la senda correcta, recordándonos nuestra necesidad de gracia y perdón.
El dolor físico es una señal que nos alerta de que algo no está bien en nuestro cuerpo y nos impulsa a buscar ayuda. De manera similar, la culpabilidad es una señal espiritual y emocional que nos indica que estamos en el camino equivocado y que algo debe cambiar. Sin embargo, en lugar de atender esta señal, muchas personas se sienten oprimidas por la culpabilidad y sus consecuencias.
Las malas noticias son que la culpabilidad puede llevar a una vida llena de ansiedad, temor, insomnio y problemas psicológicos. Esta carga emocional puede manifestarse en enfermedades físicas como úlceras y otras dolencias. En un intento desesperado por aliviar esta culpabilidad, algunas personas recurren a la embriaguez, el suicidio u otros medios destructivos. Vivimos en un mundo aterrador, donde muchas personas están llenas de pánico debido a su culpabilidad. Para ocultar este sentimiento, a menudo adoptan una fachada frívola. Algunos intentan evitar la culpabilidad real a través del dinero, las posesiones, el alcohol, las drogas, el sexo, los viajes o el psicoanálisis. Otros buscan culpar a la sociedad, a tradiciones bíblicas anticuadas, a Dios, a los cristianos, a la iglesia, a sus padres o incluso a traumas prenatales. He escuchado de un hombre que culpó a un plátano que su madre le dio cuando era pequeño para justificar su culpabilidad. En lugar de buscar soluciones superficiales, es crucial enfrentar la culpabilidad de manera constructiva. Reconocer nuestros errores, buscar el perdón y hacer cambios positivos en nuestras vidas puede liberarnos de esta carga y llevarnos a una vida más plena y significativa.
El egoísmo conduce al pecado, y este, inevitablemente, trae consigo la culpabilidad. Intentar culpar a otros por nuestros propios errores solo multiplica esa culpabilidad, ya que no solo somos responsables de nuestros pecados, sino también de la injusticia de culpar a quienes no lo merecen. Esto agrava aún más las malas noticias: el egoísmo lleva a la culpabilidad, y la culpabilidad lleva a una vida sin significado.
El hombre se encuentra atrapado en una trampa de su propio egoísmo, un ciclo vicioso que no lo lleva a ningún lugar, excepto a una culpabilidad abrumadora. Eventualmente, se pregunta: “¿Es esto todo lo que hay en la vida? ¿Hubiera sido mejor no haber nacido?”. La vida se convierte en un ciclo interminable de búsqueda de satisfacción, una búsqueda que resulta imposible y que solo produce más culpabilidad. En una vida sin satisfacción, surgen todas las preguntas fundamentales: “¿Esto es todo lo que hay? ¿Dónde están las verdaderas respuestas? ¿Cuáles son las preguntas correctas? ¿Por qué vivo? ¿Cuál es el significado de mi vida? ¿Qué es la verdad? ¿Dónde puedo encontrar la verdad?”. Estas preguntas reflejan una profunda insatisfacción y una búsqueda desesperada de sentido y propósito. Para romper este ciclo, es esencial reconocer la raíz del problema: el egoísmo y el pecado. Solo al enfrentar estos y buscar una vida de amor, servicio y verdad, podemos encontrar respuestas significativas y una satisfacción duradera.
El hombre es constantemente alimentado con una dieta de mentiras por parte de Satanás, el gran mentiroso, quien controla el sistema del mundo. Estas mentiras nunca proporcionan respuestas a las preguntas fundamentales sobre el significado de la vida, y por ello, el hombre nunca escucha una respuesta verdadera, nunca encuentra una solución real; las noticias siempre son malas, esto es lo que Edna St. Vincent Millay quiso expresar cuando dijo: “La vida debe seguir y simplemente olvido por qué”. Vivimos en una serie de periodos de 24 horas sin importancia, sin significado, donde nada cambia y todo parece vacío. Como el personaje principal en una de las novelas de Sartre dijo: “Decidí matarme a mí mismo para quitar, por lo menos, una vida superflua”. En esta cadena de malas noticias traídas por el pecado, encontramos un cuarto elemento que me gusta llamar ‘desesperanza’. El egoísmo lleva al pecado, el pecado trae culpabilidad, y la culpabilidad conduce a una vida sin significado. Esta desesperanza es el resultado final de una vida atrapada en el ciclo del pecado y la mentira. Sin una verdad que nos guíe, sin un propósito que nos motive, la vida se convierte en un vacío interminable.
Vivimos en un mundo donde el egoísmo, alimentado por las mentiras de Satanás, nos lleva a una espiral de pecado y culpabilidad. Este ciclo destructivo no solo nos aísla y nos llena de desesperanza, sino que también nos priva de la verdadera satisfacción y significado en la vida. La búsqueda insaciable de satisfacción personal a través de bienes materiales y placeres efímeros solo agrava nuestra culpabilidad y nos deja vacíos. La culpabilidad, aunque dolorosa, es una señal divina que nos alerta de que estamos en el camino equivocado. Nos invita a reflexionar y a buscar una vida de amor y servicio, en lugar de una vida centrada en nosotros mismos. Sin embargo, muchas veces intentamos ocultar esta culpabilidad con excusas y distracciones, lo que solo nos lleva a una mayor desesperanza.
La verdadera solución a este ciclo de desesperanza se encuentra en reconocer nuestras fallas, arrepentirnos y buscar la verdad y el propósito en Dios. Solo al vivir una vida de amor, servicio y verdad podemos encontrar una satisfacción duradera y un significado profundo. Este cambio de enfoque nos libera de la trampa del egoísmo y nos permite experimentar la verdadera alegría y paz que provienen de una vida centrada en Dios y en el bienestar de los demás. Amen.
Extraído del mensaje "El predicador de las buevas nuevas" por el Pastor John F. MacArthur.
Atletas de La Palabra.
Adm. Hno. Douglas G. Guanipa.