viernes, 25 de octubre de 2024

¿LE ESTAMOS ROBANDO A DIOS? PARTE 1

Malaquías 3:8 (RV-1960)

¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y dijisteis: ¿En qué te hemos robado? En vuestros diezmos y ofrendas.

Numerosos predicadores, "pastores", maestros y líderes cristianos han empleado este versículo para enseñar que, si una persona no entrega su diezmo, está "robando" a Dios.

Si examinamos detenidamente toda la Biblia y evitamos sacar los versículos de contexto, se vuelve evidente que la ley del diezmo estaba destinada exclusivamente a Israel durante los tiempos en que los sacerdotes oficiaban en el templo. Solo los descendientes de Leví tenían derecho a recibirlo, y su propósito era mantener a los sacerdotes. Dios les había prohibido trabajar en otras ocupaciones (pueden consultar Números 18:20-32 para obtener más detalles).

Es fundamental comprender que el contexto histórico y cultural influye en la interpretación de las enseñanzas bíblicas. Por lo tanto, al considerar el diezmo en la actualidad, debemos reflexionar sobre su significado y aplicarlo con discernimiento.

En la Epístola a los Hebreos, se nos revela que el antiguo templo y su servicio eran símbolos de realidades espirituales más profundas. Sin embargo, con la resurrección de Jesús, se produjo un cambio significativo. Él ascendió al cielo mismo, que ahora es el verdadero "templo" donde la presencia divina reside. Como cristianos, ya no vivimos bajo la sombra de figuras y rituales, sino bajo el señorío de Cristo, quien actúa como el mediador entre Dios y nosotros (Hebreos 8:3-6; 9:9-14).

Este pasaje nos invita a comprender que nuestra relación con Dios no está limitada por las estructuras físicas o las prácticas ceremoniales del pasado. En Cristo, encontramos la plenitud y la verdadera comunión con el Creador. Su sacrificio perfecto trasciende cualquier sombra o figura, y nos permite acercarnos a Dios directamente, confiando en su gracia y amor incondicional. 

Es cierto que insistir en que el diezmo es obligatorio en la actualidad y que no darlo equivale a robar a Dios es un enfoque erróneo. Sin embargo, podemos extraer lecciones valiosas de estos versículos.

La Biblia nos invita a reflexionar sobre la generosidad, la obediencia y la devoción. Aunque el contexto específico del diezmo no se aplica directamente a los creyentes actuales, podemos aprender lo siguiente:

1. Generosidad: El principio de dar parte de nuestros recursos para apoyar la obra de Dios y ayudar a los necesitados sigue siendo relevante. La generosidad es una expresión de gratitud y confianza en Dios.

2. Conexión con el Sacerdocio de Cristo: Como mencionamos, Jesús es nuestro Sumo Sacerdote y mediador ante Dios. Su sacrificio perfecto nos libera de las restricciones legales y nos permite acercarnos a Dios directamente.

3. Motivación del Corazón: Más allá de las prácticas externas, Dios mira nuestros corazones. La actitud con la que damos es crucial. ¿Lo hacemos por deber o por amor y gratitud?

Aunque no estamos bajo la ley del diezmo, podemos aplicar principios más amplios de generosidad y devoción en nuestra relación con Dios y con los demás.

En el versículo 7 de Malaquías 3, Dios reprende a los israelitas por alejarse de sus mandamientos. El diezmo era solo uno de los problemas que enfrentaban; su distancia espiritual de Dios los había sumido en la pobreza y dificultades. Sin embargo, en medio de esta corrección, Dios les ofrece una promesa de restauración: Si se volvían a Él, experimentarían sus bendiciones renovadas.

Este pasaje nos recuerda la importancia de la obediencia y la cercanía con Dios. Aunque el contexto específico se refiere al antiguo Israel, la lección trasciende el tiempo y nos invita a reflexionar sobre nuestra relación con el Creador. Cuando nos volvemos a Dios con sinceridad y arrepentimiento, encontramos su gracia y provisión en nuestras vidas.

En aquel tiempo, el diezmo tenía una importancia crucial porque constituía el sustento vital para los sacerdotes. Estos hombres, a quienes Dios había prohibido dedicarse a otras ocupaciones, dependían exclusivamente de las ofrendas y los diezmos para su subsistencia. Si no recibían estas contribuciones, se encontraban en una situación precaria, sin medios para alimentarse o mantenerse.

En el versículo 10 de Malaquías 3, Dios insta al pueblo de Israel a cumplir con esta responsabilidad: “Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa”. Aquí, Dios no solo se preocupa por el bienestar material de los sacerdotes, sino también por el funcionamiento adecuado del templo y la comunidad en general.

Este pasaje nos recuerda la importancia de la generosidad, la obediencia y la confianza en Dios. Aunque el contexto histórico es específico para Israel, podemos extraer principios aplicables a nuestra vida actual. La devoción sincera y la fidelidad en nuestras ofrendas siguen siendo relevantes, y Dios promete bendiciones cuando cumplimos con un corazón agradecido. 

La palabra “robará” y “robado” provienen de la raíz hebrea “cabá”, que conlleva el significado de “vaciar, despojar, robar”. En el contexto bíblico, cuando Dios acusa a los israelitas de no entregar el diezmo, utiliza esta metáfora para transmitir una verdad espiritual profunda. El templo, que simbolizaba la presencia de Dios en la tierra, estaba vacío en más de un sentido. No solo carecía de las ofrendas y los diezmos necesarios para su funcionamiento, sino que también representaba una desconexión espiritual. Los sacerdotes, cuyo sustento dependía de estas contribuciones, estaban en una situación precaria. Dios, aunque Todopoderoso, elige obrar a través de personas. Nos ha creado como una gran familia, destinada a conectarse, relacionarse y edificarse mutuamente. Al abandonar a nuestros hermanos en Cristo y descuidar nuestro propio servicio, estamos, en cierto sentido, despojando a Dios. Le estamos privando de la capacidad de llevar a cabo la obra que desea realizar en el mundo, el llamado a la generosidad y la comunión no solo es una cuestión de recursos materiales, sino también de corazón y obediencia. Dios nos invita a participar activamente en su obra, confiando en que, a través de nuestra colaboración, su propósito se cumplirá.

1 Corintios 6:15-20 (RVA)

¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Quitaré, pues, los miembros de Cristo y los haré miembros de una ramera? De ningún modo. ¿O no sabéis que el que se une con una ramera, es un cuerpo con ella? Porque dice: Los dos serán una sola carne. Pero el que se une al Señor, un espíritu es con El. Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; más el que fornica, contra su propio cuerpo peca. ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.

En un pasado no muy lejano, éramos esclavos del pecado, condenados a la muerte y la destrucción. Nuestra existencia carecía de esperanza, y el abismo del lago de fuego parecía inevitable. Sin embargo, en un acto de amor y gracia, Dios envió a Jesús como nuestro Salvador. Su sacrificio transformó nuestra realidad. Ahora, todo aquel que confía en El como Señor recibe la promesa de vida eterna en la era venidera.

Nuestra vida ya no nos pertenece exclusivamente; es un regalo divino. El “templo” que debemos cuidar y mantener no es un edificio de piedra, sino nuestro propio cuerpo y el Cuerpo de Cristo, la comunidad de creyentes. En esta nueva vida, somos llamados a honrar a Dios y servir a los demás, reconociendo que somos parte de algo más grande y eterno.

Aunque en la actualidad no estamos bajo la obligación de diezmar, y nadie está literalmente robando a Dios por no dar el diezmo, existe una perspectiva espiritual interesante. Podríamos decir que, de alguna manera, “despojamos” o “privamos” a Dios cuando entregamos nuestro cuerpo al pecado. Permíteme explicarlo:

Nuestra vida, en un sentido profundo, fue comprada por Dios. El sacrificio de Jesús en la cruz nos redimió y nos liberó del poder del pecado y la muerte. Por lo tanto, nuestra existencia ya no nos pertenece exclusivamente; es un regalo divino. Cuando cedemos a las tentaciones y permitimos que el pecado gobierne nuestras acciones, estamos utilizando aquello que Dios adquirió con su propio sacrificio. En lugar de vivir para el pecado, debemos considerar nuestra vida como un templo sagrado. No uno hecho de piedras, sino nuestro propio cuerpo. También somos parte del Cuerpo de Cristo, la comunidad de creyentes. Al cuidar y mantener este “templo”, honramos a Dios y reconocemos su obra en nosotros. Así que, aunque no sea un robo literal, nuestras decisiones sí tienen un impacto espiritual profundo.

Ningún pecado nos va a alejar del amor de Dios y hacer perder la vida en la era venidera, pero tengamos en cuenta que nuestra vida le costó un gran sufrimiento al Señor Jesús, así que, en lugar de “despojar” a Dios de Sus pertenencias (nuestras vidas), lo mejor que podemos hacer es honrarle, cuidando nuestros cuerpos y cuidando a nuestros hermanos, que son el Cuerpo de Cristo.

Como creyentes, tenemos una doble responsabilidad: cuidar de nuestros cuerpos y edificar el Cuerpo de Cristo. Permíteme desglosar estas dos áreas:

Cuidado de Nuestros Cuerpos:

1. Buena Alimentación: Nuestro cuerpo es un templo sagrado. Debemos nutrirlo adecuadamente con una dieta saludable. Alimentarnos bien no solo beneficia nuestra salud física, sino también nuestra mente y espíritu.

  • Ejercicio: Mantenernos activos y cuidar nuestra salud física es esencial. El ejercicio regular fortalece nuestro cuerpo y nos permite servir a Dios y a los demás con energía y vitalidad.
  • 3. Oración y Lectura de la Palabra: Alimentamos nuestro espíritu a través de la oración y la meditación en la Palabra de Dios. Estos hábitos nos conectan con nuestro Creador y nos guían en nuestro caminar diario.
2. Cuidado del Cuerpo de Cristo:
  • Servicio a Nuestros Hermanos: Como miembros del Cuerpo de Cristo, debemos buscar oportunidades para servir a nuestros hermanos. Si tienes tiempo libre, úsalo para edificar a otros. Un simple gesto de amor puede marcar la diferencia en la vida de alguien.
  • Generosidad: Si tienes recursos adicionales, compártelos. Si te sobra dinero, considera ayudar a la obra de Dios o a un hermano necesitado. Si posees conocimiento, compártelo para enriquecer a otros. 
Cada uno de nosotros tiene algo que Dios nos ha dado, y podemos usarlo para bendición de los demás. Al cuidar de nuestros cuerpos y edificar al Cuerpo de Cristo, cumplimos con nuestro propósito divino.

Dios quiere que todos sean salvos y vengan al conocimiento de Su verdad (1 Ti. 2:4) y quiere que los cristianos lleguemos a una unidad en la fe y el conocimiento del Señor Jesucristo (Ef. 4:13), así que, procuremos hacer todo lo que contribuya a esta obra de Dios y Dios nos proveerá de todo lo necesario en todas las cosas, abrirá Sus “ventanas” para proveernos de todo lo necesario.

2 Corintios 9:7-10 (RVA)
|7| Cada uno dé como propuso en su corazón, no con tristeza ni por obligación; porque Dios ama al dador alegre.
|8| Y poderoso es Dios para hacer que abunde en vosotros toda gracia, a fin de que, teniendo siempre en todas las cosas todo lo necesario, abundéis para toda buena obra;
|9| como está escrito: Esparció; dio a los pobres. Su justicia permanece para siempre.
|10| El que da semilla al que siembra y pan para comer, proveerá y multiplicará vuestra semilla y aumentará los frutos de vuestra justicia.

 Este pasaje de la Biblia, ofrece enseñanzas valiosas sobre la generosidad, la provisión divina y la justicia:
  • Generosidad Voluntaria (versículo 7):
  • Libre Propósito: Cada persona debe dar según lo que haya decidido en su corazón. No debe hacerlo por tristeza o por obligación, sino con alegría y voluntad.
  • Dios Ama al Dador Alegre: Dios valora la actitud de aquellos que dan con gozo y generosidad.
  • La Gracia Abundante de Dios (versículo 8)
  • Poder de Dios: Dios tiene el poder de hacer que su gracia abunde en nosotros. Esta gracia nos capacita para tener todo lo necesario en todas las circunstancias.
  • Abundancia para Toda Buena Obra: Cuando confiamos en Dios, no solo tenemos lo suficiente, sino que también estamos equipados para hacer buenas obras.
  • La Justicia de Dios (versículo 9):
  • Cita del Salmo 112:9: “Esparció; dio a los pobres”. Esta referencia subraya la justicia y la compasión de Dios hacia los necesitados.
  • Permanencia de la Justicia de Dios: La justicia divina es eterna y constante.
  • Multiplicación y Frutos de Justicia (versículo 10)
  • El Dador de Semilla y Pan: Dios provee tanto para el que siembra como para el que necesita alimento. Su provisión es abundante.
  • Multiplicación de la Semilla: Cuando damos, Dios multiplica nuestra semilla, y los frutos de nuestra justicia crecen.
Muchas bendiciones .

Ro 10:4: "porque el fin de la ley es Cristo, para justicia a todo aquel que cree."
Ro 6:14 "Porque el pecado no se enseñoreará de vosotros; pues no estáis bajo la ley, sino bajo la gracia"
Gal 2:16 "sabiendo que el hombre no es justificado por las obras de la ley, sino por la fe de Jesucristo, nosotros también hemos creído en Jesucristo, para ser justificados por la fe de Cristo y no por las obras de la ley, por cuanto por las obras de la ley nadie será justificado"

Próximo: ¿Se vende indulgencias en la iglesia evangélica Cristiana?

Colaboración especial:  Hno. Juan Carlos Acosta - Cabimas - Venezuela    
Admr. Hno. Douglas G. Guanipa.




"La Ira de Dios: Una Verdad Incómoda"

"Es innegable que el tema de la ira de Dios puede resultar incómodo para muchos cristianos. Sin embargo, desde las primeras páginas de la Biblia, se presenta a un Dios santo y justo que no tolera el pecado. En Romanos 1:18, se inicia un profundo desarrollo teológico sobre este tema, estableciendo un punto de partida sorprendente y a menudo pasado por alto: el Evangelio comienza con una afirmación sobre la ira de Dios, lo que nos invita a reflexionar sobre la relación entre la justicia divina y el amor redentor." Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad; (Rom.18:1)

¿Por qué la ira de Dios?

Nuestra forma de abordar el evangelismo a menudo entra en conflicto con las técnicas que utilizamos. Mientras que la mayoría del evangelismo contemporáneo elude intencionalmente hablar sobre el juicio divino, nos enfocamos en temas atractivos como el amor, la felicidad, la vida abundante, el perdón, el gozo y la paz. Les ofrecemos a las personas estas promesas tentadoras y les preguntamos si desean experimentarlas, pero rara vez mencionamos la otra cara de la moneda: el juicio de Dios. Sin embargo, me pregunto: ¿Cuántas veces, al compartir el evangelio con alguien, has comenzado con una advertencia sobre la ira de Dios contra la impiedad y la rebelión contra Él? ¿No deberíamos presentar un mensaje más equilibrado que incluya tanto la misericordia como el juicio?

Comúnmente, tendemos a equiparar la ira de Dios con nuestra propia ira, contaminada por emociones negativas como la venganza o el resentimiento. Sin embargo, esta comparación es errónea y limita nuestra comprensión de la naturaleza divina. Despojar a la ira de Dios de su carácter emocional y efectivo es innecesario y debilita su concepto bíblico. Reducir la ira divina a un mero castigo por el pecado o una conexión entre el pecado y la miseria es equipararla con sus efectos, lo que en la práctica elimina la ira como una respuesta genuina dentro de la mente de Dios. En realidad, la ira de Dios es una santa repulsión de su ser contra todo lo que contradice su santidad (Murray), una respuesta profunda y emocional que refleja la intensidad de su oposición a la maldad y la injusticia. Al reconocer la ira de Dios como una emoción auténtica, podemos comprender mejor la gravedad del pecado y la magnitud del amor y la gracia de Dios al redimirnos de su ira justa, lo que nos permite apreciar la riqueza de su carácter y la profundidad de su amor redentor.

En Romanos 1:16, Pablo introduce el concepto de salvación, pero surge una pregunta fundamental: ¿de qué estamos siendo salvados? La respuesta es inequívoca: estamos siendo rescatados de la justa ira de Dios, que es la consecuencia inevitable de nuestro pecado. Si no existiera una ira divina a la que temer, la necesidad de un Salvador sería inexistente. Pablo nos recuerda que la salvación no es simplemente una mejora de nuestra condición, sino una liberación radical de la condenación eterna, una resolución definitiva al conflicto entre nuestra naturaleza pecaminosa y la santidad de Dios. Esta comprensión nos permite apreciar la magnitud del amor redentor de Dios y la profundidad de nuestra necesidad de salvación

La Necesidad Absoluta de la Salvación: La Justa Ira de Dios en Romanos 1:18 3:20

En la carta de Pablo a los Romanos, específicamente en la sección que abarca del 1:18 al 3:20, el apóstol presenta un argumento cuidadoso para demostrar la necesidad absoluta de las buenas nuevas de salvación. Lejos de ser una mera proclamación de la gracia de Dios, Pablo busca mostrar que la humanidad se encuentra en una situación desesperada, merecedora de la justa ira de Dios.
Pablo comienza afirmando que la ira de Dios se revela contra la impiedad y la injusticia de los seres humanos (Romanos 1:18). Esta ira no es una emoción caprichosa, sino un juicio justo contra aquellos que han rechazado a Dios y elegido seguir sus propios caminos. La humanidad, creada para reflejar la gloria de Dios, ha optado por idolatrías y perversiones, mereciendo así la ira divina.
A lo largo de este pasaje, Pablo demuestra que todos, judíos y gentiles por igual, están sometidos a la condenación. Nadie está exento de la ira de Dios, ya que todos han pecado y fallen a la gloria de Dios (Romanos 3:23). La ley, lejos de ser una solución, solo sirve para hacer conscientes a los seres humanos de su pecado y su necesidad de salvación. Ante este panorama desolador, Pablo presenta las buenas nuevas de la salvación como la única solución posible. La justicia de Dios, que se revela en la cruz de Cristo, es la respuesta a la ira de Dios. A través de la fe en Jesucristo, los seres humanos pueden escapar de la ira de Dios y recibir la gracia y la paz que solo Él puede ofrecer.

En nuestra ansiedad por ganar amigos y influir en los demás, a menudo pasamos por alto el punto de partida fundamental. Desde la perspectiva de Pablo, el temor es la primera presión que se debe aplicar a los corazones endurecidos. Es crucial hacer saber a los seres humanos la realidad de la ira de Dios,  a veces podemos pasar por alto un aspecto crucial: el temor reverente a Dios. Pablo, en sus epístolas, enfatiza repetidamente la importancia de este temor como un primer paso hacia la fe.

En los versículos 16 y 17, Pablo declara con valentía: 'No me avergüenzo del evangelio de Cristo'. Este evangelio, es el tema central de su carta. Pablo lo denomina tanto 'el evangelio de Dios', destacando su origen divino, como 'el evangelio de Cristo', subrayando que Cristo es su consumación. Es decir, el evangelio no es solo una buena noticia, sino la buena noticia acerca de Jesucristo. Y ¿por qué no se avergüenza de este mensaje? Porque el evangelio es el poder mismo de Dios para salvar a todo aquel que cree, tanto judíos como gentiles. En él, la justicia de Dios se revela de manera completa, una justicia que se recibe por la fe y no por obras, tal como lo afirma el Antiguo Testamento: 'El justo por la fe vivirá.
En la epístola a los romanos, Pablo presenta una tesis que se desarrollará a lo largo de la carta: la revelación de la justicia de Dios en el evangelio de Jesucristo. A partir del versículo 18, el apóstol comienza a desplegar con gran detalle la riqueza y profundidad de este tema, con el objetivo de ayudar al lector cristiano a comprender la plenitud del evangelio de Cristo. Y es aquí donde se encuentra la afirmación fundamental que da inicio a este desarrollo: "Porque la ira de Dios se revela desde el cielo, contra toda impiedad e injusticia de los hombres, que detienen con injusticia la verdad" (Romanos 1:18). De esta manera, el mensaje del evangelio comienza con una afirmación sorprendente y provocativa: la ira de Dios es el punto de partida para entender la gracia y el amor de Dios. Esta afirmación nos invita a reflexionar sobre la seriedad del pecado y la justicia de Dios, y nos prepara para apreciar la magnitud de la salvación que se ofrece en Jesucristo.
La ira de Dios es un atributo divino que, a menudo, se malinterpreta. Es crucial comprender que la ira de Dios no contradice su amor, sino que lo complementa. Dios es a la vez amor y justicia. Su ira es una expresión de su santidad y de su deseo de preservar el orden moral del universo. Sin embargo, esta ira ha sido satisfecha en la cruz de Cristo, donde Dios demostró su amor infinito al tomar sobre sí el castigo que merecíamos. La idea de un Dios iracundo puede resultar desconcertante. Sin embargo, es importante entender que la ira de Dios no es una emoción arbitraria, sino una respuesta justa y santa al pecado. Al igual que un padre ama a sus hijos pero disciplina cuando es necesario, Dios ama a la humanidad pero debe juzgar el pecado. La ira de Dios no es un fin en sí misma, sino un medio para preservar la santidad y la justicia en el universo.

“Tú has amado la justicia, y aborrecido la iniquidad.” (Hebreos 1:9) A menudo se ha enfatizado la ira de Dios en la predicación del pasado. Himnos antiguos y salmos imprecatorios expresaban poderosamente la santidad de Dios y las consecuencias del pecado. Sin embargo, es importante comprender que Dios es mucho más que su ira. Él es también un Dios de amor, misericordia y compasión. La Biblia nos presenta un retrato complejo de Dios, donde su justicia y su amor se entrelazan.

"Es cierto que en la actualidad, la teología y la predicación tienden a enfatizar el amor y la gracia de Dios, a menudo pasando por alto aspectos más complejos de su carácter, como su santidad y justicia. Los himnos y sermones de antaño exploraban con mayor profundidad temas como el pecado y la ira de Dios, contrastándolos con su amor y misericordia, sin embargo, es importante reconocer que un entendimiento completo del amor de Dios requiere también una comprensión de su santidad y de su oposición al pecado. Al igual que un padre ama a sus hijos, pero disciplina cuando es necesario, Dios ama a la humanidad pero no puede tolerar el pecado. Cuando hablamos de la 'ira' de Dios, es esencial aclarar que no se trata de un sentimiento humano como el enojo o la venganza, sino de una manifestación de su santidad y justicia. Dios odia el pecado porque amenaza su perfecta naturaleza y el bienestar de su creación. Al comprender la profundidad de esta oposición al pecado, apreciamos aún más la magnitud de su amor al ofrecernos la salvación a través de Jesucristo, el amor y la justicia de Dios no son conceptos opuestos, sino dos caras de la misma moneda. Al reconocer la santidad de Dios y las consecuencias del pecado, podemos valorar más la gracia y la misericordia que se nos ofrecen en Cristo. Es en este contexto que el amor de Dios revela su verdadero significado.

A menudo, nuestra percepción de Dios está distorsionada, viéndolo como un Dios de odio y un Dios de ira. Sin embargo, las Escrituras presentan una imagen más compleja y matizada de la naturaleza divina. Quiero invitarlo a un breve recorrido por algunas escrituras que destacan la ira de Dios. Comencemos con el Salmo 2, versículo 1: "¿Por qué las naciones se enfurecen y las gentes imaginan una cosa vana? Los reyes de la tierra se levantan, y los gobernadores toman consejo juntos en contra de Jehová y en contra de su ungido, diciendo: Rompamos nuestras cadenas, y echemos sus cuerdas de nosotros". Este pasaje revela la oposición humana a la autoridad divina y la respuesta de Dios a esa rebelión. A lo largo de este viaje bíblico, descubriremos cómo la ira de Dios se despliega en respuesta a la desobediencia y la injusticia, y cómo esto se relaciona con su amor y misericordia.

En nuestro orgullo y rebeldía, nos atrevemos a desafiar la autoridad divina, como si pudiéramos librarnos de la presencia de Dios y eliminar su dominio sobre nuestras vidas. Pero, como dice el Salmo 2, Dios se ríe de nuestra insolencia y se burla de nuestros intentos de rebelión. Su respuesta es clara: "Les hablará en su ira, y los va a confrontar en su gran desagrado" (v. 5). Y en el versículo 12, se nos advierte: "Honrad al Hijo, no sea que se enoje y perezcáis en el camino, cuando su ira se encienda por un tiempo". La ira de Dios no es algo trivial; cuando se desata, la gente perece. El Salmo 76 nos ofrece otra ilustración poderosa del juicio de Dios. En el versículo 6, se describe cómo Dios derrotó al ejército egipcio, arrojándolos a un sueño profundo. La escena es impresionante: "Tú, inclusive tú, debes ser temido, ¿y quién podrá estar de pie ante ti cuando tú te has enojado? Tú causaste que el juicio fuera oído desde el cielo, la tierra temió y estuvo quieta cuando Dios se levantó al juicio". La ira de Dios es un recordatorio de su santidad y justicia, y debemos temerle y honrarle para evitar su juicio.

El Salmo 78 ofrece un rico panorama de la relación de Dios con su pueblo, incluyendo momentos de gran ira divina. El versículo 49, nos presenta una imagen poderosa de la ira de Dios desatada contra los enemigos de Israel. Al 'derramar sobre ellos la fuerza, el enojo de su ira', Dios demuestra su santidad y su determinación de proteger a su pueblo. Las plagas de Egipto, culminando con la muerte de los primogénitos, son una manifestación dramática de esta ira divina. Sin embargo, es crucial situar este evento en el contexto más amplio de la historia de la salvación. La ira de Dios, aunque terrible, es una respuesta a la opresión y a la injusticia. Al liberar a Israel de la esclavitud, Dios demuestra su fidelidad a su pacto y su compromiso con la justicia. Este episodio nos recuerda que la ira de Dios, aunque a veces misteriosa, siempre tiene un propósito: defender a su pueblo, castigar el pecado y preservar la santidad de su nombre. Al mismo tiempo, nos invita a reflexionar sobre la naturaleza de la ira humana y a buscar en Dios la sabiduría para responder a las injusticias que nos rodean.

El Salmo 90 y el libro de Isaías ofrecen una profunda reflexión sobre la ira de Dios. El Salmo 90:7 y 11 nos confrontan con la poderosa realidad de la ira de Dios. La vida humana, frágil y efímera, se consume ante la eternidad de Dios y se turba ante su ira. Este temor reverente no es un sentimiento negativo, sino un reconocimiento de la santidad y el poder de Dios. Isaías 9:19 nos ofrece una imagen aún más vívida de la ira divina, comparando el juicio de Dios con un fuego consumidor, A lo largo de la Biblia, la ira de Dios se revela como una respuesta a la desobediencia y al pecado. Sin embargo, esta ira no es arbitraria ni irracional. Es una manifestación de la justicia divina y un recordatorio de la santidad de Dios. Al mismo tiempo, la ira de Dios no es el último capítulo de la historia. La cruz de Cristo revela el amor infinito de Dios y su deseo de reconciliación con la humanidad. 

En Cristo, encontramos la esperanza de la redención y la promesa de una nueva creación.

Atletas de la palabra
Hno. Douglas G Guanipa.









La Libertad de Elegir y la Obstinación del Corazón: Un Desafío para los Creyentes

Hoy quiero reflexionar sobre un tema fundamental en nuestra vida espiritual: la libertad de elegir y la obstinación del corazón. Recientemente, escuché a un hermano compartir una sabia analogía: 'Al caballo se le pone freno para que se someta, pero no se puede obligar a beber cuando no tiene sed.' Esta imagen evocadora ilustra varios aspectos espirituales y encuentra eco en la Sabiduría bíblica, específicamente en Proverbios 26:3, que dice: 'El látigo es para el caballo, el cabestro para el asno, y la vara para las costillas de los necios.' La idea es que no se puede forzar a alguien a cambiar o a crecer espiritualmente, si no está dispuesto, es un concepto que se encuentra en varios lugares de la Biblia y en la literatura cristiana.

Algunos autores y líderes cristianos que han utilizado analogías similares incluyen:
  1. San Agustín: No se puede obligar a alguien a ser bueno
  2. Martín Lutero: La Fe no se puede imponer por la fuerza
  3. John Wesley: La verdadera Fe no se puede forzar.
Esto nos recuerda que, a veces, no importa cuánto esfuerzo externo se haga, si el corazón no está dispuesto, no podría haber cambios.

Dios nos otorgó el don del libre albedrío, como se nos recuerda en Génesis 2:16-17: 'Y mandó Jehová Dios al hombre, diciendo: De todo árbol del huerto podrás comer; más del árbol de la ciencia, del bien y del mal no comerás; porque el día que de él comieres, ciertamente morirás'. Esta libertad nos permite elegir entre el bien y el mal, entre la obediencia y la desobediencia. Sin embargo, como nos enseña Romanos 14:12, 'Cada uno de nosotros dará a Dios cuenta de sí'. Esto nos recuerda que nuestra libertad conlleva una gran responsabilidad, ya que nuestras elecciones tienen consecuencias que impactarán nuestras vidas y nuestra relación con Dios.

El Espíritu Santo desempeña un papel fundamental, guiándonos en nuestras decisiones. En Romanos 8:14, leemos: "Porque todos los que son guiados por el Espíritu de Dios son hijos de Dios". Estos versículos nos revela que la guía del Espíritu Santo es una característica distintiva de los hijos de Dios.
Pero, ¿qué significa ser guiados por el Espíritu de Dios? No se trata de una condición previa para ser un hijo de Dios, sino más bien una consecuencia de serlo. Primero, nos convertimos en hijos de Dios, y luego el Espíritu Santo nos guía.

Pablo no dijo: “Todos los que van a la iglesia, estos son hijos de Dios”. Él no dijo: “Todos los que leen sus Biblias, estos son hijos de Dios”. Él no dijo: “Todos los que son patriotas de su país, estos son hijos de Dios”. No dijo: “Todos los que participan en la comunión, estos son hijos de Dios”. En este texto, la prueba para ver si somos hijos es si somos guiados por el Espíritu de Dios.

¿Cómo nos guía el Espíritu Santo?
· Somos guiados con dirección.
· Somos guiados al acercarnos.
· Somos guiados por un gobierno de autoridad

La verdadera guía proviene del Espíritu Santo. Cuando cooperamos con Él, experimentamos una paz y una dirección que van más allá de cualquier liderazgo humano. A diferencia del espíritu de fanatismo que puede conducir a la destrucción, el Espíritu de Dios nos conduce a la vida abundante, espiritualmente. Como recordaba Spurgeon, es fundamental discernir entre los diferentes espíritus que operan en el mundo.

El Espíritu Santo es nuestro guía interior, no un líder externo. Cuando cooperamos con Él, experimentamos una transformación profunda. A medida que nos rendimos a su influencia, nuestros deseos se alinean con los de Dios y somos liberados de las ataduras del pecado. Esta transformación es evidencia de que estamos siendo guiados por el Espíritu Santo, no por un espíritu de fanatismo. Como recordaba Spurgeon, es fundamental discernir entre los diferentes espíritus que operan en el mundo. Recuerda cómo todo el hato corrió violentamente hacia el mar y se ahogaron. Cuando veas a un hombre fanático y salvaje, cualquier espíritu que haya en él no es el Espíritu de Cristo.

La Obstinación del Corazón  

La obstinación del corazón es más que una simple terquedad; es una manifestación de una condición espiritual más profunda. Las Escrituras nos revelan que el corazón humano, sin la influencia transformadora del Espíritu Santo, tiende a endurecerse, oscureciendo nuestro entendimiento y alejándonos de la vida divina.

Las Raíces Espirituales de la Obstinación
  • El Pecado Original: La naturaleza pecaminosa del ser humano nos inclina naturalmente a la rebelión y a la desobediencia hacia Dios.
  • El Miedo: El temor a lo desconocido, a la vulnerabilidad o al cambio puede llevarnos a aferrarnos a nuestras propias ideas y perspectivas.
  • La Ignorancia Espiritual: La falta de conocimiento de la Palabra de Dios y de su plan para nuestras vidas puede obstaculizar nuestro crecimiento espiritual.
Las Consecuencias de un Corazón Obstinado
  • Estancamiento Espiritual: Impide que experimentemos el crecimiento y la transformación que Dios desea para nosotros.
  • Sufrimiento: La obstinación puede llevarnos a tomar decisiones equivocadas que causan dolor y sufrimiento.
  • Lejanía de Dios: Crea una barrera entre nosotros y la fuente de toda vida y amor.
La Buena Nueva: La Transformación del Corazón

Afortunadamente, la Biblia nos ofrece esperanza y una solución a la obstinación del corazón. 2 Corintios 5:17 declara: "De modo que si alguno está en Cristo, nueva criatura es". A través de Jesucristo, podemos experimentar una transformación radical, donde nuestros corazones de piedra son cambiados por corazones de carne (Ezequiel 36:26).

Cómo Superar la Obstinación del Corazón
  • Reconocer el Problema: El primer paso es admitir que tenemos un corazón obstinado y que necesitamos la ayuda de Dios.
  • Buscar a Dios en Oración: La oración es un canal de comunicación directa con Dios, donde podemos derramar nuestros corazones y buscar su guía.
  • Estudiar la Biblia: La Palabra de Dios es un instrumento poderoso para transformar nuestras mentes y corazones.
  • Cultivar la Humildad: Aprender a reconocer nuestras limitaciones y a depender de Dios en todas las cosas.
  • Perdonar: Liberarnos del resentimiento y la amargura que endurecen nuestro corazón.
  • Rodearnos de Creyentes: Conectar con una comunidad de fe que nos apoye y nos desafíe a crecer espiritualmente.
  • Permitir que el Espíritu Santo Obre en Nosotros: Rindiéndonos a la obra del Espíritu Santo en nuestras vidas, permitimos que Él transforme nuestros corazones.
"La obstinación del corazón es un obstáculo real en nuestro camino espiritual, pero no es insuperable. Al reconocer las raíces espirituales de este problema y al buscar activamente la transformación de Dios, podemos experimentar una vida más plena y satisfactoria. Recuerda, con Dios, todas las cosas son posibles"

Atletas de la palabra
Hno. Douglas G Guanipa.