Malaquías 3:8 (RV-1960)
¿Robará el hombre a Dios? Pues vosotros me habéis robado. Y dijisteis: ¿En qué te hemos robado? En vuestros diezmos y ofrendas.
Numerosos predicadores, "pastores", maestros y líderes cristianos han empleado este versículo para enseñar que, si una persona no entrega su diezmo, está "robando" a Dios.
Si examinamos detenidamente toda la Biblia y evitamos sacar los versículos de contexto, se vuelve evidente que la ley del diezmo estaba destinada exclusivamente a Israel durante los tiempos en que los sacerdotes oficiaban en el templo. Solo los descendientes de Leví tenían derecho a recibirlo, y su propósito era mantener a los sacerdotes. Dios les había prohibido trabajar en otras ocupaciones (pueden consultar Números 18:20-32 para obtener más detalles).
Es fundamental comprender que el contexto histórico y cultural influye en la interpretación de las enseñanzas bíblicas. Por lo tanto, al considerar el diezmo en la actualidad, debemos reflexionar sobre su significado y aplicarlo con discernimiento.
En la Epístola a los Hebreos, se nos revela que el antiguo templo y su servicio eran símbolos de realidades espirituales más profundas. Sin embargo, con la resurrección de Jesús, se produjo un cambio significativo. Él ascendió al cielo mismo, que ahora es el verdadero "templo" donde la presencia divina reside. Como cristianos, ya no vivimos bajo la sombra de figuras y rituales, sino bajo el señorío de Cristo, quien actúa como el mediador entre Dios y nosotros (Hebreos 8:3-6; 9:9-14).
Este pasaje nos invita a comprender que nuestra relación con Dios no está limitada por las estructuras físicas o las prácticas ceremoniales del pasado. En Cristo, encontramos la plenitud y la verdadera comunión con el Creador. Su sacrificio perfecto trasciende cualquier sombra o figura, y nos permite acercarnos a Dios directamente, confiando en su gracia y amor incondicional.
Es cierto que insistir en que el diezmo es obligatorio en la actualidad y que no darlo equivale a robar a Dios es un enfoque erróneo. Sin embargo, podemos extraer lecciones valiosas de estos versículos.
La Biblia nos invita a reflexionar sobre la generosidad, la obediencia y la devoción. Aunque el contexto específico del diezmo no se aplica directamente a los creyentes actuales, podemos aprender lo siguiente:
1. Generosidad: El principio de dar parte de nuestros recursos para apoyar la obra de Dios y ayudar a los necesitados sigue siendo relevante. La generosidad es una expresión de gratitud y confianza en Dios.
2. Conexión con el Sacerdocio de Cristo: Como mencionamos, Jesús es nuestro Sumo Sacerdote y mediador ante Dios. Su sacrificio perfecto nos libera de las restricciones legales y nos permite acercarnos a Dios directamente.
3. Motivación del Corazón: Más allá de las prácticas externas, Dios mira nuestros corazones. La actitud con la que damos es crucial. ¿Lo hacemos por deber o por amor y gratitud?
Aunque no estamos bajo la ley del diezmo, podemos aplicar principios más amplios de generosidad y devoción en nuestra relación con Dios y con los demás.
En el versículo 7 de Malaquías 3, Dios reprende a los israelitas por alejarse de sus mandamientos. El diezmo era solo uno de los problemas que enfrentaban; su distancia espiritual de Dios los había sumido en la pobreza y dificultades. Sin embargo, en medio de esta corrección, Dios les ofrece una promesa de restauración: Si se volvían a Él, experimentarían sus bendiciones renovadas.
Este pasaje nos recuerda la importancia de la obediencia y la cercanía con Dios. Aunque el contexto específico se refiere al antiguo Israel, la lección trasciende el tiempo y nos invita a reflexionar sobre nuestra relación con el Creador. Cuando nos volvemos a Dios con sinceridad y arrepentimiento, encontramos su gracia y provisión en nuestras vidas.
En aquel tiempo, el diezmo tenía una importancia crucial porque constituía el sustento vital para los sacerdotes. Estos hombres, a quienes Dios había prohibido dedicarse a otras ocupaciones, dependían exclusivamente de las ofrendas y los diezmos para su subsistencia. Si no recibían estas contribuciones, se encontraban en una situación precaria, sin medios para alimentarse o mantenerse.
En el versículo 10 de Malaquías 3, Dios insta al pueblo de Israel a cumplir con esta responsabilidad: “Traed todos los diezmos al alfolí y haya alimento en mi casa”. Aquí, Dios no solo se preocupa por el bienestar material de los sacerdotes, sino también por el funcionamiento adecuado del templo y la comunidad en general.
Este pasaje nos recuerda la importancia de la generosidad, la obediencia y la confianza en Dios. Aunque el contexto histórico es específico para Israel, podemos extraer principios aplicables a nuestra vida actual. La devoción sincera y la fidelidad en nuestras ofrendas siguen siendo relevantes, y Dios promete bendiciones cuando cumplimos con un corazón agradecido.
La palabra “robará” y “robado” provienen de la raíz hebrea “cabá”, que conlleva el significado de “vaciar, despojar, robar”. En el contexto bíblico, cuando Dios acusa a los israelitas de no entregar el diezmo, utiliza esta metáfora para transmitir una verdad espiritual profunda. El templo, que simbolizaba la presencia de Dios en la tierra, estaba vacío en más de un sentido. No solo carecía de las ofrendas y los diezmos necesarios para su funcionamiento, sino que también representaba una desconexión espiritual. Los sacerdotes, cuyo sustento dependía de estas contribuciones, estaban en una situación precaria. Dios, aunque Todopoderoso, elige obrar a través de personas. Nos ha creado como una gran familia, destinada a conectarse, relacionarse y edificarse mutuamente. Al abandonar a nuestros hermanos en Cristo y descuidar nuestro propio servicio, estamos, en cierto sentido, despojando a Dios. Le estamos privando de la capacidad de llevar a cabo la obra que desea realizar en el mundo, el llamado a la generosidad y la comunión no solo es una cuestión de recursos materiales, sino también de corazón y obediencia. Dios nos invita a participar activamente en su obra, confiando en que, a través de nuestra colaboración, su propósito se cumplirá.
1 Corintios 6:15-20 (RVA)
¿No sabéis que vuestros cuerpos son miembros de Cristo? ¿Quitaré, pues, los miembros de Cristo y los haré miembros de una ramera? De ningún modo. ¿O no sabéis que el que se une con una ramera, es un cuerpo con ella? Porque dice: Los dos serán una sola carne. Pero el que se une al Señor, un espíritu es con El. Huid de la fornicación. Cualquier otro pecado que el hombre cometa, está fuera del cuerpo; más el que fornica, contra su propio cuerpo peca. ¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros? Porque habéis sido comprados por precio; glorificad, pues, a Dios en vuestro cuerpo y en vuestro espíritu, los cuales son de Dios.
En un pasado no muy lejano, éramos esclavos del pecado, condenados a la muerte y la destrucción. Nuestra existencia carecía de esperanza, y el abismo del lago de fuego parecía inevitable. Sin embargo, en un acto de amor y gracia, Dios envió a Jesús como nuestro Salvador. Su sacrificio transformó nuestra realidad. Ahora, todo aquel que confía en El como Señor recibe la promesa de vida eterna en la era venidera.
Nuestra vida ya no nos pertenece exclusivamente; es un regalo divino. El “templo” que debemos cuidar y mantener no es un edificio de piedra, sino nuestro propio cuerpo y el Cuerpo de Cristo, la comunidad de creyentes. En esta nueva vida, somos llamados a honrar a Dios y servir a los demás, reconociendo que somos parte de algo más grande y eterno.
Aunque en la actualidad no estamos bajo la obligación de diezmar, y nadie está literalmente robando a Dios por no dar el diezmo, existe una perspectiva espiritual interesante. Podríamos decir que, de alguna manera, “despojamos” o “privamos” a Dios cuando entregamos nuestro cuerpo al pecado. Permíteme explicarlo:
Nuestra vida, en un sentido profundo, fue comprada por Dios. El sacrificio de Jesús en la cruz nos redimió y nos liberó del poder del pecado y la muerte. Por lo tanto, nuestra existencia ya no nos pertenece exclusivamente; es un regalo divino. Cuando cedemos a las tentaciones y permitimos que el pecado gobierne nuestras acciones, estamos utilizando aquello que Dios adquirió con su propio sacrificio. En lugar de vivir para el pecado, debemos considerar nuestra vida como un templo sagrado. No uno hecho de piedras, sino nuestro propio cuerpo. También somos parte del Cuerpo de Cristo, la comunidad de creyentes. Al cuidar y mantener este “templo”, honramos a Dios y reconocemos su obra en nosotros. Así que, aunque no sea un robo literal, nuestras decisiones sí tienen un impacto espiritual profundo.
Ningún pecado nos va a alejar del amor de Dios y hacer perder la vida en la era venidera, pero tengamos en cuenta que nuestra vida le costó un gran sufrimiento al Señor Jesús, así que, en lugar de “despojar” a Dios de Sus pertenencias (nuestras vidas), lo mejor que podemos hacer es honrarle, cuidando nuestros cuerpos y cuidando a nuestros hermanos, que son el Cuerpo de Cristo.
Como creyentes, tenemos una doble responsabilidad: cuidar de nuestros cuerpos y edificar el Cuerpo de Cristo. Permíteme desglosar estas dos áreas:
Cuidado de Nuestros Cuerpos:
1. Buena Alimentación: Nuestro cuerpo es un templo sagrado. Debemos nutrirlo adecuadamente con una dieta saludable. Alimentarnos bien no solo beneficia nuestra salud física, sino también nuestra mente y espíritu.
- Ejercicio: Mantenernos activos y cuidar nuestra salud física es esencial. El ejercicio regular fortalece nuestro cuerpo y nos permite servir a Dios y a los demás con energía y vitalidad.
- 3. Oración y Lectura de la Palabra: Alimentamos nuestro espíritu a través de la oración y la meditación en la Palabra de Dios. Estos hábitos nos conectan con nuestro Creador y nos guían en nuestro caminar diario.
- Servicio a Nuestros Hermanos: Como miembros del Cuerpo de Cristo, debemos buscar oportunidades para servir a nuestros hermanos. Si tienes tiempo libre, úsalo para edificar a otros. Un simple gesto de amor puede marcar la diferencia en la vida de alguien.
- Generosidad: Si tienes recursos adicionales, compártelos. Si te sobra dinero, considera ayudar a la obra de Dios o a un hermano necesitado. Si posees conocimiento, compártelo para enriquecer a otros.
- Generosidad Voluntaria (versículo 7):
- Libre Propósito: Cada persona debe dar según lo que haya decidido en su corazón. No debe hacerlo por tristeza o por obligación, sino con alegría y voluntad.
- Dios Ama al Dador Alegre: Dios valora la actitud de aquellos que dan con gozo y generosidad.
- La Gracia Abundante de Dios (versículo 8)
- Poder de Dios: Dios tiene el poder de hacer que su gracia abunde en nosotros. Esta gracia nos capacita para tener todo lo necesario en todas las circunstancias.
- Abundancia para Toda Buena Obra: Cuando confiamos en Dios, no solo tenemos lo suficiente, sino que también estamos equipados para hacer buenas obras.
- La Justicia de Dios (versículo 9):
- Cita del Salmo 112:9: “Esparció; dio a los pobres”. Esta referencia subraya la justicia y la compasión de Dios hacia los necesitados.
- Permanencia de la Justicia de Dios: La justicia divina es eterna y constante.
- Multiplicación y Frutos de Justicia (versículo 10)
- El Dador de Semilla y Pan: Dios provee tanto para el que siembra como para el que necesita alimento. Su provisión es abundante.
- Multiplicación de la Semilla: Cuando damos, Dios multiplica nuestra semilla, y los frutos de nuestra justicia crecen.
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