"Es innegable que el tema de la ira de Dios puede resultar incómodo para muchos cristianos. Sin embargo, desde las primeras páginas de la Biblia, se presenta a un Dios santo y justo que no tolera el pecado. En Romanos 1:18, se inicia un profundo desarrollo teológico sobre este tema, estableciendo un punto de partida sorprendente y a menudo pasado por alto: el Evangelio comienza con una afirmación sobre la ira de Dios, lo que nos invita a reflexionar sobre la relación entre la justicia divina y el amor redentor." Porque la ira de Dios se revela desde el cielo contra toda impiedad e injusticia de los hombres que detienen con injusticia la verdad; (Rom.18:1)
¿Por qué la ira de Dios?
Nuestra forma de abordar el evangelismo a menudo entra en conflicto con las técnicas que utilizamos. Mientras que la mayoría del evangelismo contemporáneo elude intencionalmente hablar sobre el juicio divino, nos enfocamos en temas atractivos como el amor, la felicidad, la vida abundante, el perdón, el gozo y la paz. Les ofrecemos a las personas estas promesas tentadoras y les preguntamos si desean experimentarlas, pero rara vez mencionamos la otra cara de la moneda: el juicio de Dios. Sin embargo, me pregunto: ¿Cuántas veces, al compartir el evangelio con alguien, has comenzado con una advertencia sobre la ira de Dios contra la impiedad y la rebelión contra Él? ¿No deberíamos presentar un mensaje más equilibrado que incluya tanto la misericordia como el juicio?
Comúnmente, tendemos a equiparar la ira de Dios con nuestra propia ira, contaminada por emociones negativas como la venganza o el resentimiento. Sin embargo, esta comparación es errónea y limita nuestra comprensión de la naturaleza divina. Despojar a la ira de Dios de su carácter emocional y efectivo es innecesario y debilita su concepto bíblico. Reducir la ira divina a un mero castigo por el pecado o una conexión entre el pecado y la miseria es equipararla con sus efectos, lo que en la práctica elimina la ira como una respuesta genuina dentro de la mente de Dios. En realidad, la ira de Dios es una santa repulsión de su ser contra todo lo que contradice su santidad (Murray), una respuesta profunda y emocional que refleja la intensidad de su oposición a la maldad y la injusticia. Al reconocer la ira de Dios como una emoción auténtica, podemos comprender mejor la gravedad del pecado y la magnitud del amor y la gracia de Dios al redimirnos de su ira justa, lo que nos permite apreciar la riqueza de su carácter y la profundidad de su amor redentor.
En Romanos 1:16, Pablo introduce el concepto de salvación, pero surge una pregunta fundamental: ¿de qué estamos siendo salvados? La respuesta es inequívoca: estamos siendo rescatados de la justa ira de Dios, que es la consecuencia inevitable de nuestro pecado. Si no existiera una ira divina a la que temer, la necesidad de un Salvador sería inexistente. Pablo nos recuerda que la salvación no es simplemente una mejora de nuestra condición, sino una liberación radical de la condenación eterna, una resolución definitiva al conflicto entre nuestra naturaleza pecaminosa y la santidad de Dios. Esta comprensión nos permite apreciar la magnitud del amor redentor de Dios y la profundidad de nuestra necesidad de salvación
La Necesidad Absoluta de la Salvación: La Justa Ira de Dios en Romanos 1:18 3:20
En la carta de Pablo a los Romanos, específicamente en la sección que abarca del 1:18 al 3:20, el apóstol presenta un argumento cuidadoso para demostrar la necesidad absoluta de las buenas nuevas de salvación. Lejos de ser una mera proclamación de la gracia de Dios, Pablo busca mostrar que la humanidad se encuentra en una situación desesperada, merecedora de la justa ira de Dios.
Pablo comienza afirmando que la ira de Dios se revela contra la impiedad y la injusticia de los seres humanos (Romanos 1:18). Esta ira no es una emoción caprichosa, sino un juicio justo contra aquellos que han rechazado a Dios y elegido seguir sus propios caminos. La humanidad, creada para reflejar la gloria de Dios, ha optado por idolatrías y perversiones, mereciendo así la ira divina.
A lo largo de este pasaje, Pablo demuestra que todos, judíos y gentiles por igual, están sometidos a la condenación. Nadie está exento de la ira de Dios, ya que todos han pecado y fallen a la gloria de Dios (Romanos 3:23). La ley, lejos de ser una solución, solo sirve para hacer conscientes a los seres humanos de su pecado y su necesidad de salvación. Ante este panorama desolador, Pablo presenta las buenas nuevas de la salvación como la única solución posible. La justicia de Dios, que se revela en la cruz de Cristo, es la respuesta a la ira de Dios. A través de la fe en Jesucristo, los seres humanos pueden escapar de la ira de Dios y recibir la gracia y la paz que solo Él puede ofrecer.
En nuestra ansiedad por ganar amigos y influir en los demás, a menudo pasamos por alto el punto de partida fundamental. Desde la perspectiva de Pablo, el temor es la primera presión que se debe aplicar a los corazones endurecidos. Es crucial hacer saber a los seres humanos la realidad de la ira de Dios, a veces podemos pasar por alto un aspecto crucial: el temor reverente a Dios. Pablo, en sus epístolas, enfatiza repetidamente la importancia de este temor como un primer paso hacia la fe.
En los versículos 16 y 17, Pablo declara con valentía: 'No me avergüenzo del evangelio de Cristo'. Este evangelio, es el tema central de su carta. Pablo lo denomina tanto 'el evangelio de Dios', destacando su origen divino, como 'el evangelio de Cristo', subrayando que Cristo es su consumación. Es decir, el evangelio no es solo una buena noticia, sino la buena noticia acerca de Jesucristo. Y ¿por qué no se avergüenza de este mensaje? Porque el evangelio es el poder mismo de Dios para salvar a todo aquel que cree, tanto judíos como gentiles. En él, la justicia de Dios se revela de manera completa, una justicia que se recibe por la fe y no por obras, tal como lo afirma el Antiguo Testamento: 'El justo por la fe vivirá.
En la epístola a los romanos, Pablo presenta una tesis que se desarrollará a lo largo de la carta: la revelación de la justicia de Dios en el evangelio de Jesucristo. A partir del versículo 18, el apóstol comienza a desplegar con gran detalle la riqueza y profundidad de este tema, con el objetivo de ayudar al lector cristiano a comprender la plenitud del evangelio de Cristo. Y es aquí donde se encuentra la afirmación fundamental que da inicio a este desarrollo: "Porque la ira de Dios se revela desde el cielo, contra toda impiedad e injusticia de los hombres, que detienen con injusticia la verdad" (Romanos 1:18). De esta manera, el mensaje del evangelio comienza con una afirmación sorprendente y provocativa: la ira de Dios es el punto de partida para entender la gracia y el amor de Dios. Esta afirmación nos invita a reflexionar sobre la seriedad del pecado y la justicia de Dios, y nos prepara para apreciar la magnitud de la salvación que se ofrece en Jesucristo.
La ira de Dios es un atributo divino que, a menudo, se malinterpreta. Es crucial comprender que la ira de Dios no contradice su amor, sino que lo complementa. Dios es a la vez amor y justicia. Su ira es una expresión de su santidad y de su deseo de preservar el orden moral del universo. Sin embargo, esta ira ha sido satisfecha en la cruz de Cristo, donde Dios demostró su amor infinito al tomar sobre sí el castigo que merecíamos. La idea de un Dios iracundo puede resultar desconcertante. Sin embargo, es importante entender que la ira de Dios no es una emoción arbitraria, sino una respuesta justa y santa al pecado. Al igual que un padre ama a sus hijos pero disciplina cuando es necesario, Dios ama a la humanidad pero debe juzgar el pecado. La ira de Dios no es un fin en sí misma, sino un medio para preservar la santidad y la justicia en el universo.
“Tú has amado la justicia, y aborrecido la iniquidad.” (Hebreos 1:9) A menudo se ha enfatizado la ira de Dios en la predicación del pasado. Himnos antiguos y salmos imprecatorios expresaban poderosamente la santidad de Dios y las consecuencias del pecado. Sin embargo, es importante comprender que Dios es mucho más que su ira. Él es también un Dios de amor, misericordia y compasión. La Biblia nos presenta un retrato complejo de Dios, donde su justicia y su amor se entrelazan.
"Es cierto que en la actualidad, la teología y la predicación tienden a enfatizar el amor y la gracia de Dios, a menudo pasando por alto aspectos más complejos de su carácter, como su santidad y justicia. Los himnos y sermones de antaño exploraban con mayor profundidad temas como el pecado y la ira de Dios, contrastándolos con su amor y misericordia, sin embargo, es importante reconocer que un entendimiento completo del amor de Dios requiere también una comprensión de su santidad y de su oposición al pecado. Al igual que un padre ama a sus hijos, pero disciplina cuando es necesario, Dios ama a la humanidad pero no puede tolerar el pecado. Cuando hablamos de la 'ira' de Dios, es esencial aclarar que no se trata de un sentimiento humano como el enojo o la venganza, sino de una manifestación de su santidad y justicia. Dios odia el pecado porque amenaza su perfecta naturaleza y el bienestar de su creación. Al comprender la profundidad de esta oposición al pecado, apreciamos aún más la magnitud de su amor al ofrecernos la salvación a través de Jesucristo, el amor y la justicia de Dios no son conceptos opuestos, sino dos caras de la misma moneda. Al reconocer la santidad de Dios y las consecuencias del pecado, podemos valorar más la gracia y la misericordia que se nos ofrecen en Cristo. Es en este contexto que el amor de Dios revela su verdadero significado.
A menudo, nuestra percepción de Dios está distorsionada, viéndolo como un Dios de odio y un Dios de ira. Sin embargo, las Escrituras presentan una imagen más compleja y matizada de la naturaleza divina. Quiero invitarlo a un breve recorrido por algunas escrituras que destacan la ira de Dios. Comencemos con el Salmo 2, versículo 1: "¿Por qué las naciones se enfurecen y las gentes imaginan una cosa vana? Los reyes de la tierra se levantan, y los gobernadores toman consejo juntos en contra de Jehová y en contra de su ungido, diciendo: Rompamos nuestras cadenas, y echemos sus cuerdas de nosotros". Este pasaje revela la oposición humana a la autoridad divina y la respuesta de Dios a esa rebelión. A lo largo de este viaje bíblico, descubriremos cómo la ira de Dios se despliega en respuesta a la desobediencia y la injusticia, y cómo esto se relaciona con su amor y misericordia.
En nuestro orgullo y rebeldía, nos atrevemos a desafiar la autoridad divina, como si pudiéramos librarnos de la presencia de Dios y eliminar su dominio sobre nuestras vidas. Pero, como dice el Salmo 2, Dios se ríe de nuestra insolencia y se burla de nuestros intentos de rebelión. Su respuesta es clara: "Les hablará en su ira, y los va a confrontar en su gran desagrado" (v. 5). Y en el versículo 12, se nos advierte: "Honrad al Hijo, no sea que se enoje y perezcáis en el camino, cuando su ira se encienda por un tiempo". La ira de Dios no es algo trivial; cuando se desata, la gente perece. El Salmo 76 nos ofrece otra ilustración poderosa del juicio de Dios. En el versículo 6, se describe cómo Dios derrotó al ejército egipcio, arrojándolos a un sueño profundo. La escena es impresionante: "Tú, inclusive tú, debes ser temido, ¿y quién podrá estar de pie ante ti cuando tú te has enojado? Tú causaste que el juicio fuera oído desde el cielo, la tierra temió y estuvo quieta cuando Dios se levantó al juicio". La ira de Dios es un recordatorio de su santidad y justicia, y debemos temerle y honrarle para evitar su juicio.
El Salmo 78 ofrece un rico panorama de la relación de Dios con su pueblo, incluyendo momentos de gran ira divina. El versículo 49, nos presenta una imagen poderosa de la ira de Dios desatada contra los enemigos de Israel. Al 'derramar sobre ellos la fuerza, el enojo de su ira', Dios demuestra su santidad y su determinación de proteger a su pueblo. Las plagas de Egipto, culminando con la muerte de los primogénitos, son una manifestación dramática de esta ira divina. Sin embargo, es crucial situar este evento en el contexto más amplio de la historia de la salvación. La ira de Dios, aunque terrible, es una respuesta a la opresión y a la injusticia. Al liberar a Israel de la esclavitud, Dios demuestra su fidelidad a su pacto y su compromiso con la justicia. Este episodio nos recuerda que la ira de Dios, aunque a veces misteriosa, siempre tiene un propósito: defender a su pueblo, castigar el pecado y preservar la santidad de su nombre. Al mismo tiempo, nos invita a reflexionar sobre la naturaleza de la ira humana y a buscar en Dios la sabiduría para responder a las injusticias que nos rodean.
El Salmo 90 y el libro de Isaías ofrecen una profunda reflexión sobre la ira de Dios. El Salmo 90:7 y 11 nos confrontan con la poderosa realidad de la ira de Dios. La vida humana, frágil y efímera, se consume ante la eternidad de Dios y se turba ante su ira. Este temor reverente no es un sentimiento negativo, sino un reconocimiento de la santidad y el poder de Dios. Isaías 9:19 nos ofrece una imagen aún más vívida de la ira divina, comparando el juicio de Dios con un fuego consumidor, A lo largo de la Biblia, la ira de Dios se revela como una respuesta a la desobediencia y al pecado. Sin embargo, esta ira no es arbitraria ni irracional. Es una manifestación de la justicia divina y un recordatorio de la santidad de Dios. Al mismo tiempo, la ira de Dios no es el último capítulo de la historia. La cruz de Cristo revela el amor infinito de Dios y su deseo de reconciliación con la humanidad.
En Cristo, encontramos la esperanza de la redención y la promesa de una nueva creación.
Atletas de la palabra
Hno. Douglas G Guanipa.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario